domingo, 24 de abril de 2011

Cambios revolucionarios

Cada vez estoy más convencido con respecto a las repercusiones de la revolución industrial y, en general, del sistema capitalista, con respecto al devenir de la humanidad. Convencido de que su consolidación como fase histórica tiende a desvanecerse y poco a poco se hace más claro su lectura desde la perspectiva de otros cambios revolucionarios que le precedieron y que, siguiendo esta línea, le superan e integran como parte de un todo más duradero y profundo. Me refiero a la revolución neolítica, a los cambios que permitieron a la especie humana adaptar otras especies de su entorno a sus necesidades y, con ello, establecerse en forma duradera en los territorios y acumular excedentes.

No pretendo restarle importancia a la revolución capitalista. Todo lo contrario. Creo que sus efectos son tan potentes y se enlazan con tantos cambios tecnológicos rápidos y trascendentes que su dinámica acelera la tasa de cambios culturales, siempre más lenta que la interacción social y económica. Pero el capitalismo, con todo y su asombrosa capacidad transformadora de las condiciones humanas y las de todo su entorno (la biosfera, la Tierra toda y, más allá, su entorno solar inmediato) debe demasiado aún a aquel período postglaciación (en el que seguramente aún estamos) y al curso de los arreglos adaptativos que surgieron y que se expresaron más claramente en los deltas de los ríos y facilitaron un dominio especial con implicaciones ecológicas globales.

Conversando con los participantes de un curso de economía política sobre este tema, creo que buena parte de nuestras ventajas y carencias socio políticas y económicas se consolidaron en aquella época y aún impactan gravemente nuestro devenir. Por ejemplo, un ciclo ecológico que permitía la sedentarización de crecientes grupos humanos supuso una enorme reasignación de funciones sociales, con especialización del trabajo incluida. Una de las áreas llamadas a capitalizar estos cambios fue la defensa del grupo, la capacidad de hacer daño para evitar que otros nos lo hagan y, casi de manera inevitable, la orientación de esta capacidad para extender el poder del grupo hacia nuevos territorios y recursos. Así, aún tratándose de una agresiva simplificación, resulta sencillo justificar el surgimiento de los ejércitos (en el paleolítico la función defensiva-agresiva estaba mucho más intrínsecamente vinculada a la caza y los poderes y tecnologías de la guerra se diferenciaban poco de otras funciones sociales que requiriesen ciertas destrezas y fuerza). El ejército se constituye en la base material de los poderes inmateriales (culturales y, gradualmente, sociales, económicos y políticos) que habría de modificar agresivamente la noción primaria de Estado.

El Estado que conocemos puede ser anterior al Neolítico, pero allí sufre una de sus transformaciones más claras y aún evidentes. Al contribuir su función (la defensa de la integridad del grupo y su territorio...) a la consolidación del poder, sus figuras y formas toman clara tendencia para personificar su vocación (abierta y clara desde sus condicionantes biológicos, como grupo primate) y resulta obvio el tránsito de esta situación a las guerras territoriales que dan lugar a los grandes imperios de la Antigüedad.

Desde la perspectiva historicista, los cambios posteriores incluyen transformaciones graduales y otras más fuertes, surgiendo múltiples situaciones que llevan a los narradores a utilizar la palabra "Revolución" (aplicado a un gran cambio tecnológico, político, económico, social, cultural y/o ambiental) y teorías con cierto consenso en torno a las fases de la Historia (especialmente de la Historia occidental), incluyendo un gran valle luego del fin del último gran imperio antiguo, Roma, llamado Edad Media y los cambios que hacen surgir el Estado Nación, el mercantilismo, absolutismo y colonialismo que sirvió de caldo de cultivo al nacimiento de la tan criticada modernidad.

Estoy entre los que consideran que sólo dos revoluciones ha conocido realmente la Humanidad postpaleolítica, la agrícola y la capitalista. Cada vez más estoy por la idea de que se trata de un conjunto de cambios revolucionarios originados hace 12 mil años y que sus actuales manifestaciones (globalización, finanzas complejas, comunicación global, dominio del genoma, tránsito extraterrestre, ampliación paradigmática...) son sólo una extensión de aquellos cambios, no un segundo gran cambio luego de aquél.

La ecología humana está transformando su entorno y, probablemente, poco importa ya la dinámica natural de cambios (usando el término natural en exclusión de la intervención humana) porque el hombre asumió una superestructura creadora que habrá de amplificar las fronteras de su propio potencial natural (sin asignarle ninguna bondad o maldad a priori a este quiebre). Sólo cabe esperar la respuesta de la misma Naturaleza para semejante ambición.

Esta nueva forma de complejidad es ya parte cotidiana de nuestro devenir y somos testigos excepcionales de un conflicto que, por lo menos, está afectando ya casi todos los vericuetos de este pedrusco en el que vivimos aún confinados. Lloverá y veremos.

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