martes, 30 de diciembre de 2008

Capital, expectativas e inflación de valor (o por qué las políticas intervencionistas pueden hacer más agresiva la próxima crisis)

La crisis financiera provocada por las hipotecas "subprime" sugiere a algunos economistas que cambiarán cosas importantes en la arquitectura financiera global. No sé si será para tanto, pero si me atrevo a aventurar que habrá cosas que no cambiarán y que nos someterán a riesgos parecidos en el futuro, trasladando más el espacio de la discusión a los mecanismos de gestión pública de estas crisis que a los de su previsión ¿por qué?

Se trata del mercado en acción. Su principal acción es el intercambio. Su principal conocimiento, la valoración de bienes. Como sugerencia, una explicación en tres niveles: el del simple intercambio de bienes de consumo final; el del intercambio de bienes de capital y, por último, el del intercambio de titulos sobre producciones aún no existentes. Así es más fácil comprender por qué la repercusión tremenda de una crisis financiera y, lo que resulta más importante, la dificultad de los estados nacionales (incluso del estado global deseable si existiese) para anticipar estas crisis hasta el punto de evitar que se produzcan. Pretender esto sólo refleja desconocimiento sistémico y, seguramente, traiga más perjuicio que beneficio a los humanos en la Tierra.

La historia del capitalismo, la historia económica de la humanidad desde su desarrollo post neolítico, reconoce el problema de la valoración para los bienes y emprendimientos como uno de los aspectos más complejos de su desenvolvimiento, no sólo desde el punto de vista de los modelos económicos, también desde el punto de visto sociológico, antropológico y cultural.

Valorar bienes y servicios de consumo constituye una de las especializaciones prácticas que se enraiza en los modelos educativos informales (por ejemplo, familiares) y también formales, en todas las sociedades del planeta. El aprendizaje del intercambio está estructurado aún más allá de su versión histórica. El origen del intercambio y su impacto sobre la psiquis humana está ya presente en las actividades de caza y recolección del humano y de otros homínidos en el paleolítico y, posiblemente, en etapas aún anteriores. La especialización del trabajo en la tribu, el consumo socializado de sus productos, la presencia de herramientas, son aspectos determinantes para que surjan mecanismos de valoración que construyen reglas para el intercambio. Hoy en día, no accedemos a un rol social activo (típico de la adultez) sin superar ciertas pruebas para confirmar nuestra capacidad de interacción en el mercado.

Sin embargo, diferente resulta valorar bienes con capacidad de producir bienes y, aún más complejo, valorar emprendimientos generales. Se trata de un conocimiento que requiere la capacidad previa de comprensión e interacción del mercado, pero que se mezcla y acumula con otras técnicas que son mucho más recientes y no tienen tanta experiencia humana acumulada.

El concepto mismo de capital establece una doble valoración: la del costo o valoración histórica (regularmente decreciente) de emprendimientos innovadores acumulados, que pueden encontrar en el mercado una determinada apreciación sobre las características de los bienes y servicios que serán producidos a partir de dicha capacidad históricamente acumulada, contribuyendo a la constitución del segundo componente, el valor de mercado o precio.

Este valor intrínseco de ciertas mercancías que tienen la capacidad especial de producir otras mercancías establece la guía de valoración patrimonial básica. Habrá más capital en aquellas unidades económicas (o cualquiera de sus agrupaciones sociales, comunidad, ciudad, país) que dispongan bienes que acumulan determinada capacidad de producir bienes y dicha capacidad encuentra una valoración en el mercado. No depende nada más del costo en el que incurrí (como unidad o como sociedad) para incorporar a mi actual disponibilidad este tipo de bien, con sus supuestas capacidades. Depende también de la valoración que hace el mercado de dicha capacidad.

Ciertamente, esta valoración podría cambiar, de hecho cambia a cada instante, dependiendo de los típicos factores de mercado: la incorporación de ofertas similares (a mayor oferta, ceteris paribus, menor precio); o la incorporación de ofertas innovadoras competitivas (no sólo es mayor oferta, añade valor no disponible en el stock existente) y por los cambios en la demanda (con las múltiples razones que provocan elecciones de compra en los consumidores de bienes de capital). Sin embargo, estos cambios no siempre se producen tan rápidamente como para que las innovaciones no puedan ser aprovechadas y amortizadas por sus productores. En última instancia, la celeridad del mercado para acomodar o desacomodar ciertos "aprovechamientos productivos de las innovaciones" suele determinar el ritmo de progreso tecnológico y de construcción de capacidades competitivas en unidades y sociedades. Las instituciones (regulaciones) sobre esta capacidad de aprovechar (explotar) las innovaciones suele ser trascendente para evaluar la dinámica del progreso capitalista.

La valoración actualizada de los activos financieros, "mark to market accounting", somete el control administrativo y contable a las variaciones de las expectativas de la gente, auténtico "gobernante invisible" de los mercados. También tiene como efecto práctico una integración parcial difícil de gestionar, tanto en el ámbito de las empresas como en el de los gobiernos, entre la economía financiera y la economía "real".

Pero volvamos al asunto de la valoración. Un bien de capital está diseñado para producir otros bienes o servicios. Entonces su valoración de mercado debe guardar relación con el valor anticipado (descontado) de esos bienes producidos, una vez librados del aporte de otros elementos de costo (por ejemplo, insumos y labor).

Insistiendo en el origen histórico de este conocimiento, debe tener gran arraigo, porque nuestros ancestros homínidos más remotos ya habían liberado las extremidades superiores (gracias a la posición erecta) y cerebro y mano evolucionaron para producir herramientas. Es raro imaginar que la disponibilidad de estas herramientas no generara alguna forma de conocimiento para valorarlas entre sus usuarios y fabricantes. Una de las características más tempranas del creciente cerebro homínido seguramente estuvo vinculada con su capacidad para anticipar de manera más compleja el futuro y tomar decisiones individuales y sociales "planificadas".

La cosa se hace aún más compleja para la valoración de emprendimientos capitalistas, esto es, de esfuerzos humanos dirigidos a la inversión necesaria para generar cierta acumulación organizada de capacidades -capital- para producir determinados bienes y servicios que, se espera, encuentren valoración de mercado hasta el punto de generar flujos que permitan la amortización de esta inversión y generen además excedentes económicos que extiendan lo más posible la reproducción del proceso.

Los emprendimientos no siempre tienen tasas de aprovechamientos tan estables y específicas como los bienes de capital que incorporan. Ciertamente, si un emprendedor invierte en adquirir una máquina exprimidora de jugos mecánica y una bicicleta con cajón para la exprimidora, actuando él mismo como operador y administrador de su negocio ambulante de jugos de naranjas, suponiendo que su ubicación le resulte fácil y acceda rápidamente a cierta demanda que justifica su esfuerzo, la valoración de su negocio guarda, al menos inicialmente, una relación estrecha con la capacidad instalada del negocio, establecida a través de un mix entre el jugo que puede extraer su máquina exprimidora y su propia capacidad para operar el negocio. Sin embargo, pronto descubrirá que tal vez el margen de sus ingresos sobre costos le permita reinvertir en incrementos de su capacidad instalada y con ello cambiar drásticamente su ingreso potencial. El límite a este crecimiento vendrá dado, en condiciones normales, por las condiciones de oferta competitiva y por la misma demanda. Pero ¿cómo valorar inicialmente todo este esfuerzo, como para asignar recursos hoy a lo que, tal vez, sean ingresos dentro de 3 ó 5 años?

Por mucho que se deasarrollen metodologías para evaluar los mercados y anticipar flujos descontados para tales emprendimientos, la realidad construye múltiples modelos, no siempre de carácter completamente científico, con los que los agentes del sistema económico establecen dichas valoraciones.

Que estas valoraciones estén 100% ajustadas a la efectiva realización de las expectativas con respecto a cada emprendimiento, depende de múltiples factores que no siempre guardan relación alguna con las guías orientadoras de los proyectos que sirvieron de base a la asignación inicial de recursos para cada emprendimiento. Ello genera procesos sistemáticos de inflación y deflación para el valor de los emprendimientos, es decir, el mercado podría estar sobrevaluando o subvaluando las reales capacidades de los emprendimientos.

Se trata de una característica del sistema que no puede ser resuelta por ninguna regulación. Si el regulador, incorpora mecanismos que limiten las asignaciones a determinados proyectos, sólo estaría anticipando sus propias valoraciones de riesgo y estableciendo un lineamiento discrecional sobre la valoración social del riesgo. No es que no sea necesaria la regulación, pero debe ser inteligente para descubrir los resquicios que agregan valor social general, de las iniciativas que sólo representarán un incremento del costo social general para mantener la "ultra necesaria" actividad de "valorar" emprendimientos.

Si además entendemos que los bancos juegan un rol fundamental en dicha asignación social de recursos (capturando ahorro del público para financiar estos emprendimientos) se comprenderá el enorme valor social (público) de la función bancaria y, con ello, el reto de regulación y control para esta función. Si al quebrar una institución financiera, se arriesgan múltiples iniciativas de ahorro privado y también múltiples iniciativas de nuevo emprendimiento (por la restricción al crédito que suele traer la desconfianza de una crisis financiera) el Estado se ve obligado a valorar socialmente la asignación de recursos públicos para sostener la actividad intermediadora financiera.

Esta discusión no puede ser abordada de otro modo por cualquier liberal, que no sea a través de la creación de condiciones para que las quiebras se produzcan de manera transparente (y, sin duda, para que se produzcan) de tal modo que el sistema reconozca cuanto antes que la estructura general de incentivos para el ahorro y el financiamiento del emprendimiento no ha sido gravemente trastocada, no al menos más allá de los riesgos asumidos por los emprendedores financieros quebrados y los ahorristas involucrados. Sólo así, el mercado sostendrá el dífícil equilibrio cultural y político de procesar y procesar cotidianamente la valoración social del capital y del emprendimiento.

Períodos de inflación o deflación para estas valoraciones dependerá de tantos aspectos como sea dado reconocer a los economistas que se dediquen a establecer parametrizaciones históricas hasta llegar a esa quimera llamada "valor real". De resto, el emprendimiento, como cualquier sueño humano, puede recibir tanto crédito como quieran asignarle otros humanos, casi todos con sus pies, su cabeza y su alma en cierto nivel de ensoñación.