jueves, 12 de enero de 2012

El credo de un ateo, relativista, liberal, ecologista y progresista (I).

No creo que los valores que orientan nuestras acciones tengan algún origen ajeno a nuestra historia y cultura de convivencia. El origen primario de los fundamentos humanos es la sustentabilidad: las señales que nos da la Naturaleza sobre las ventajas y desventajas de nuestras acciones para nuestra propia sobrevivencia y la de nuestro entorno. Nuestras características más básicas, las constituidas genéticamente y las más recientes, las derivadas de nuestra historia y cultura, las recibidas de padres, escuelas y entorno, nuestras capacidades cooperativas y competitivas, nuestras filias y fobias, nuestras instituciones, creencias y guerras, son y serán sometidas al filtro natural de la sustentabilidad, no al escrutinio de dioses caprichosos.

No existe a priori el bien y el mal. Bien y mal son inventos morales para mejorar nuestra adaptación bio social. Hoy algunos ponen el grito en el cielo porque la mujer sea dueña de su sexualidad o porque parejas gais se casen y adopten niños. Mañana, los humanos del futuro se extrañarán de esas dudas como hoy nosotros nos extrañamos de las condenas en la hoguera por dudar del geocentrismo. También hay posibilidades de que un futuro próximo sea más oscuro, ajeno a los progresos recientes, proclive a rescatar valores del pasado (buen ejemplo fueron los siglos de oscurantismo que llamamos edad media) pero sólo sería tendencia si ello implicara mayor sustentabilidad, mayor capacidad proyectiva para la especie y su entorno (al que aún nos debemos). Por ello, se impone el cambio y algunas religiones hacen maromas para adaptar sus “valores inamovibles” a las realidades cotidianas de la humanidad.

No creo que exista ninguna verdad absoluta, ajena a las interpretaciones humanas. Si existiese, como algunos creen (y yo respeto y tolero, porque soy relativista y no cabe suponer supremacía alguna de las ideas, al menos supremacía diferente a la que nos permita convivir y sobrevivir), igual esa creencia, esa verdad “absoluta”, sea cual sea el dios del cual emana, se humaniza a través de interpretaciones, porque eso hacemos los humanos, interpretar.

No veo a la humanidad sin Dios como una necesidad, no hago de mi condición atea una verdad absoluta requerida de divulgación. Vivo mi vida sin Dios con humildad. No tengo siempre explicaciones alternativas, simplemente me quedo con mis dudas sin acudir a Dios. Me parece completamente coherente el invento de Dios por parte del hombre y me parece un invento muy útil. No creo que sea casual o malo que la mayor parte de la humanidad tenga fé en un ser superior. Creo que la sustentabilidad se ha encargado de reforzar esta creencia y probablemente somos evolutivamente diferenciados y poderosos por esta espiritualidad. Además creo que las iglesias, que han sido fuente de injusticias y atropellos en muchas ocasiones, también han servido para mantener esperanzados y unidos a muchos pueblos en dificultades. Muchos de sus valores sirven de referencia para familias saludables y de tabla de salvación para golpeados y excluidos.

Creo que el socialismo, en su versión marxista, parte de premisas erradas y construye realidades insoportables. No creo en el hombre nuevo y mi fé se la dedico sin rubor a la esperanza en la inteligencia humana para producir alternativas globales de interacción sustentable de la humanidad con su entorno (y con sí misma). Como el humano es un homínido un poco más evolucionado que sus familiares directos y uno puede observar las interacciones históricas de la especie humana y la de otros primates, mis esperanzas tampoco son muy profundas (soy escéptico con respecto a nuestra proyección de largo plazo como especie) porque muchas especies homínidos han perecido antes que la nuestra intentando superar sus limitaciones, incluso han perecido otras humanas recientes (como el neanderthal o el denisovano, asumidos e integrados en nuestra genética actual y de algún modo así, sobrevivientes). Como buen homínido familiar moderno, también cifro esperanzas en mis hijos y mis congéneres directos, en su capacidad para ser felices en este pequeño tránsito individual por este fenómeno natural en el que actuamos como vehículos de genes competitivos (…y pensar que llegamos a creer que éramos nosotros los que llevábamos genes para nuestra perduración. Hoy sabemos que es al revés, nosotros somos el vehículo de su batalla evolutiva, son los genes los que nos usan a nosotros, los humanos dioses).

Creo que el ser humano ha producido muy pocas revoluciones que no tengan una justificación estrictamente biológica y todas o casi todas estarían vinculadas con avances tecnológicos a partir de su gran potencia cerebral. El dominio del fuego, la piedra o los metales, contribuyen a definir algunas. Sin embargo, vivimos inmersos en las implicaciones culturales de la más reciente Revolución, la Revolución de los excedentes sistemáticos, la Revolución Neolítica. Diez mil años luego de los inventos que la impulsaron (la producción agrícola) se generó la versión más reciente de sus avances, la Revolucion Capitalista (para mí, una simple extensión de la anterior). No tiene padre, no es fruto iconoclástico de un libro, es acumulación humana de experiencias aplicadas. Por eso me causa un poco risa la discusión sobre socialismo vs capitalismo o, también, el anuncio de la debacle del capitalismo. Sólo la ignorancia sobre lo que somos y lo que hemos sido, sobre las condiciones de vida de las grandes mayorías de humanos en el planeta durante miles de generaciones y la esperanza, entre ingenua e ilusa de que el ser humano se vuelva “bueno”, se “humanice” y deje de ser “egoísta”, es decir, la esperanza de que surja en nosotros el “hombre nuevo” puede producir tontería semejante. El comercio, el mercado de libre acceso, la propiedad privada, son avances tan revolucionarios, tan liberadores, que no cabe suponer una involución tan agresiva como para imponer formas más arcaicas de control sobre las fuerzas productivas.

Creo que la especie humana podría ser una amenaza para el resto de la vida en la Tierra, aunque no creo que eso tenga especial significancia para la Vida en general, que casi con seguridad, trasciende a la Tierra. Pero como humano, interpretando realidades, creo que el humano tiene también la capacidad para desarrollarse de una manera que considere las interacciones con su medio ambiente. Además, soy de la creencia que la vida humana es mejor en contacto con la Naturaleza y creo que el humano construirá sus nidos (ciudades) respetando cada vez más las necesarias interacciones con el Mar, los ríos, los cielos y los seres vivos que habitan en ellos. Creo que nuestras generaciones tienen un compromiso con el futuro para evitar el deterioro acentuado de nuestro Hogar y de los seres que en él habitan.

No tengo fé alguna en el capitalismo más allá de su potencialidad temporal para generar bienestar y nuevas soluciones a nuevos y viejos problemas. Es decir, no creo que el capitalismo sea la solución política y debamos “encargarle” producir felicidad para todos. No vivo esa confusión. Es como si estuviese detenido dentro de un automóvil y me enfadase con el auto por no decidir llevarme a donde debo ir, porque yo no lo sé. El auto es una gran ventaja si quiero ir a algún lado, pero no puedo pedirle que decida por mí. Para eso la política, que debe además promover el capitalismo como fuente de soluciones, que debe proteger el acceso a los mercados para todos y evitar los monopolios (porque el humano prefiere un amplio mercado para servirse y el más restringido de los mercados para servir). Como un auto necesita buenas vías y tener sus dispositivos bien mantenidos, el capitalismo requiere apoyo social institucionalizado (apoyo estatal) para ampliar sus ventajas a más personas en la sociedad. El capitalismo, igual que un auto, puede ser utilizado para hacer daño. Sin embargo, a diferencia del auto, la supremacía de las técnicas y potencialidades liberadoras del capitalismo para la humanidad, es infinitamente mayor a la de un auto para su usuario y puede que sobreviva a las malas intenciones de todo ambicioso de poder que desea limitar su alcance (porque, en el fondo, excepción hecha de algunos ilusos bienintencionados, la mayor parte de los que atacan el capitalismo lo que desean en verdad es controlarlo para promover mejoras prospectivas a su poder, por ejemplo, el surgido de su discrecionalidad como gobernante).

A pesar de su mala prensa, no es tan difícil justificar la importancia y ventajas del capitalismo. Si tuviese que resumirlo todo en un par de párrafos diría que las soluciones a las necesidades de la gente requieren bienes y servicios (producción). Para que los bienes y servicios se adapten y mejoren en su capacidad de satisfacer necesidades infinitas, se requiere innovación. La clave del capitalismo es su capacidad de usar la inteligencia humana para aplicaciones directamente volcadas a resolver problemas de la gente y encontrar en la dimensión de esta necesidad el peso específico al esfuerzo de esta inteligencia aplicada (es decir, usar el mercado para definir el precio). A los humanos modernos nos resulta obvio y por eso nos llenamos de ilusión criticando. Pero se trata de miles de años de aprendizaje acumulado. El comercio y el mercado son la principal evolución socio institucional de la humanidad reciente.

Ahora bien, no hay innovación sin mercado y no hay grandes capacidades sin acumulación de capital y la acumulación de capital se centra en la innovación (aunque algunos creen que domina la simple adición mercantilista de recursos, desconociendo sus principales dinámicas y procesos) por lo que las sociedades que acumulan capital (es decir que acumulan innovaciones “filtradas” por su aplicabilidad real) tendrán ventajas sobre las sociedades primarias (productoras de sustentos básicos a través de la caza, pesca o recolección); sobre las sociedades que sólo aprovechan recursos y tesoros (mercantilistas); o las sociedades que asignan a funcionarios la tarea de decidir qué capacidades acumular (cuánta inversión y para qué) cómo aplicarlas (cuánto y cómo producir), con cuáles niveles de satisfacción (cuánto le dan a cada quien de lo producido), es decir, sociedades socialistas.

Afortunadamente, en mi opinión, al capitalismo tampoco le hace falta mi fé. Como tecnología político-institucional de gran arraigo social (apenas 250 años han sido suficientes para su amplia difusión, aunque sólo los próximos dos o tres milenios definirán su alcance y evolución) los mamporrazos y cuchilladas que recibe de autárquicos, mercantilistas y socialistas sólo extienden las limitaciones de la pobreza y la ignorancia. La sustentabilidad, al contrario de lo que argumentan algunos falsos ecologistas, no construye la fosa del capitalismo, lo impulsa y renueva.

No creo en ninguna forma de nacionalismo. Creo que la globalización (como alternativa de interacción para los que vivimos en la Tierra, no como forma de gobierno) es nuestra principal oportunidad, para discutir todos juntos el destino de este tiovivo de roca en el que viajamos. Aunque desconfío de las ventajas para nuestra sobrevivencia de un encuentro extraterrestre, creo que uno de sus aportes sería unirnos (al ver “otros” será más natural el abrazo entre hoy ajenos) y ampliar el tamaño de nuestra aldea a todo el planeta. Probablemente antes tengamos que abordar los retos de la manipulación genética y tengamos que analizar el rol social de humanos “diferentes” surgidos al amparo de esta intervención.

Soy feminista. Lo soy desde niño, en medio de mi crianza machista y patriarcal (y, con suerte, suficientemente liberal para permtirme creer y pensar como me diera la gana, incluso enfrentando con rebeldía lo que considerase injusto de esa misma crianza). Desde el prinicipo se me hizo evidente que algo diferenciaba nuestra educación, nuestra manera de hablar, nuestra actitud frente al riesgo, nuestras expresiones de poder, entre chicas y chicos, adultos y adultas, ancianos y ancianas. Más allá de considerar que esos elementos de heteropatriarcado están presentes y arraigados en toda nuestra historia y prehistoria, creo que somos suficientemente hábiles para generar transformaciones situacionales que amplíen la libertad y el poder de cada niña y de cada mujer. Es una revolución preciosa y precisa.

Soy progresista, no creo en órdenes naturales que valga la pena proteger, creo en la inteligencia humana como principal herramienta para desafiar ocasionalmente a la Naturaleza (que le impondrá siempre sus reglas y filtros), pero reconozco que esos desafíos muchas veces van cargados de la ilusión y el entusiasmo que esconden una de las necesidades primarias de los individuos de nuestra especie, el poder (especialmente en varones). Creo en políticas de liberación popular, en la lucha indetenible contra la pobreza (de cuerpo, emociones y cultura), el enfrentamiento sistemático contra las fuerzas del dominio (hoy populistas, mercantilistas y socialistas). Creo en el poder liberador de las fuerzas productivas que incorpore a toda la humanidad a los circuitos de producción y consumo, para construir un estadio general de satisfacciones para todos, extendiendo el concepto de necesidades básicas a lo cultural y emocional. Por ello, trabajo cotidianamente para que los esquemas de políticas nacionales y globales reconozcan sin sesgos populistas e ilusionistas él ámbito general de nuestras posibilidades de mejora y que los políticos se encarguen de mantener la paz y promover el conocimiento entre todos, que es el auténtico antídoto contra los efectos del primatismo guerrero.